martes, 5 de julio de 2011

EL NUEVO MUNDO, la tierra prometida ...


Cuando mis sentidos quedaron inundados de mar y naturaleza pude entender al fin por qué este había sido llamado El Nuevo Mundo. No paraba de imaginarme el éxtasis de esos primeros aventureros españoles al llegar a estas latitudes y encararse con la verdadera abundancia, nada de lo que veían era conocido porque hasta ahora el mundo se acababa en las Columnas de Hércules. Por eso al llegar quedaron convencidos de que si el paraíso terrenal había existido, no distaba mucho de ese lugar.





Me encontraba en una lancha llegando a Punta Esperanza al frente de la Ensenada de Utria, eran las 6:30 de la mañana y la niebla empezaba a subir
Cascadas de Playa Larga
despejando un telón de fondo con súbitos cerros que exhibían todos los matices posibles de verde vegetal. Era imposible no quedar alucinando como los aventureros de hace 500 años con semejante derroche de vitalidad.


Estaba de vacaciones más allá del repliegue de Los Andes en un lugar de Colombia, llamado El Valle, corregimiento de Bahía Solano en el Chocó. Apenas llegaba y ya estaba convencida de que esa era la verdadera tierra prometida, y reunía lo indispensable para serlo: mar y selva, fertilidad y abundancia, riqueza de aguas, ¡los verdaderos ríos de leche y miel!.

Un confín como este era capaz de grabar en bajo relieve el cerebro y la retina de cualquier argonauta, o de cualquier aventurero que hubiera emprendido el viaje de su vida en búsqueda de su tesoro. La riqueza prodigada por la tierra era el canto de las sirenas que atrapó los corazones de muchos aventureros, entre ellos el mío, y nos creaba la sensación de no querer partir jamás.

LA DECISIÓN
Cascadas de El Tigre
Era la primera vez que visitaba ese sitio y sus alrededores, estaba perpleja con la exuberancia, por eso no dejaba de imaginar que sentirían aquellos que venían de las ocres tierras del Quijote donde el agua era escasa, sacada de pozos profundos, y derramar una gota era pecado. Qué podrían sentir cuando vibrantes cascadas caían sobre cada playa que pasaban, y habían ríos incontables que llegaban al mar. No en vano la tierra a la que llegaban se conocía como "La tierra de las aguas".

Llegué ahí por no resignarme a salir de vacaciones a los mismos lugares de Colombia que siempre ofrecen las agencias de viajes y los medios. Pues viviendo en un país lleno de paisajes tan diversos como su relieve, las posibilidades eran extensas, y entonces empecé a explorar.

En realidad mis expectativas se habían superado en ese primer viaje, y deseé volver una y otra vez. Seguramente porque la mareagua o tal vez la madremonte embrujaron el lugar para robarse las almas de los que aman la vida, porque frecuentemente se siente la piel erizada, la respiración se detiene cuando ya no le cabe a uno más naturaleza en la imaginación y entonces
empieza a fluir clorofila por las venas.

LA PLAYA EL ALMEJAL

¡Este lugar es impresionante!, de la misma manera como se conjugan en la región lluvia, ríos, selva, océano, coral y manglar; se fusionan los elementos que los antiguos griegos proponían como génesis del universo y origen de la vida: agua, tierra, fuego y aire se mezclan en una playa vital y opulenta embellecida por rocas volcánicas que exhiben aun las huellas ígneas de la lava fluyendo sobre el océano durante el estrepitoso Big Bang.
A veces el cielo se rompe y la llovizna es tentadora y buena compañía, me gusta caminar en las tardes descalza por la playa, siento que me voy purificando con las suaves y frescas corrientes de las aguas que bajan de la selva hasta fundirse entre la arena y las olas moribundas. No puedo resistir la tentación y entro al mar delicioso que me llena de bienestar, al salir me sumerjo en los pozos que se forman alrededor de las rocas cuando baja la marea, como tibios jacuzzis naturales. Decido quedarme disfrutando del atardecer y ver los esquivos cangrejos rojos perseguirse, de pronto me acuerdo de una cascada oculta entre rocas y árboles y del "Chorro de doña Rosa" y decido llegar hasta allá para sentir el agua que viene de la selva tocando una deliciosa percusión sobre mi espalda, y en la noche me acuesto renovada a dormir al arrullo de la lluvia y el mar.

Por todo eso cuando trato de relatar lo que es la playa El Almejal todo se complica, no puedo encontrar fotos que la dimensionen o la hagan reconocible. La continua mutación de esta playa creciente y decreciente como la vida misma no permite expresarla en su verdadera magnitud. Simplemente es tan vanidosa que no se deja contar ni pintar - sabe que no se le haría justicia - con las palabras ni con el pincel. Es caprichosa, juega con la luz , cambia de galas cada momento para ofrecer un paisaje irrepetible que desata una sensibilidad que se apodera del interior humano y en estas aún no resuelvo cómo fotografiar en alta resolución las emociones.
Mi conclusión es que no se puede hablar de ella, hay que ir a experimentarla.


EL RETORNO A LO NATURAL
Se puede entrar en la selva remontando alguna cascada, a veces me siento soñando con esa saturación de especies de todas las dimensiones, la naturaleza en su estado más elemental. Al poner los cinco sentidos se abre el escenario y la luz fluye por el follaje y se reflejan las gotas de rocío como una fiesta donde la música suave está a cargo de las ranas, las aves, el viento, y el sonido del agua de la quebrada; los encargados de los colores son las mariposas azul iridiscente, los tucanes, y por su puesto las exóticas bromelias y orquídeas que ya se asoman desde lo alto de los árboles. Se necesitan unos a otros para sobrevivir, que lección de equilibrio y tolerancia recibimos los humanos en este sitio.

Es sorprendente esa selva viva y palpitante al lado de la costa. Johan el guía, un indígena emberá conocedor de los
miles de secretos de la selva, al ver mi interés por saber dónde estaba el mar que aún escuchaba, me ayudo a escalar uno de esos árboles gigantes para observar la playa, y una sensación me estremeció. Yo era Balboa descubriendo la tersa llanura de aguas apenas rizada por el viento, que llamó Oceáno Pacífico. Cuando volví a mi cuerpo aturdida de naturaleza, mis ojos estaban húmedos cómo esa selva que se fundía con el mar.
Al atardecer llegamos hasta una plataforma como una isla en medio de la selva desde donde tenía el mismo panorama del árbol, pero ahora desde tierra más sosegado.    Me impresionó que ese punto lo usan expertos para avistar las aves de la zona, me dijeron que a la región siguen llegando extranjeros a buscar con binóculos tesoros, joyas aladas, y que esa era otra de las riquezas de la zona, los pájaros.

Desde esa tarde, la plataforma se convirtió en mi punto predilecto, porque concurrían eventos que conmueven al más desprevenido. Atardeceres multicolores que se pierden en el Pacífico ancho y profundo como una pintura inmensa; la sinfonía compuesta por los sonidos del mar y el susurro de la selva, el olor a humedad, a fecundidad, a madre tierra; noches estrelladas, noches de luna, y cómo siempre la tibia lluvia.

AL ABRIGO DEL MANGLAR

El tranquilo Río Valle se enriquece por los ríos Tundó y Tundocito, en el Chocó las venas de la selva son los ríos que permiten sentir la selva respirar. Navegar en las primeras horas de la mañana o al atardecer se vuelve un relajante deleite.

El sosiego puede ser interrumpido por el ritmo de los remos o por algún carpintero llamando a su novia, será acompañado por loros, tucanes, nutrias y algún celoso martín pescador. Esté muy atento para no perderse de ninguna sorpresa entre el fértil manglar que es salacuna y celestina de amor para todas las especies porque hasta las semillas del mangle piñuelo tienen forma de un flotante corazón.


UTRIA, UNA ORACIÓN
30 minutos hacia el sur saliendo por la bocana del Río Valle se llega a la serena y virgen Ensenada de Utría. En el recorrido pueden aparecer manadas de juguetones delfines, y peces voladores, si es la temporada váyase con cien ojos, porque dos no son suficientes para ver las piruetas nupciales de las jorobadas, o las lecciones de nado a los ballenatos.




Después de pasar los cerros custodios a la entrada, aparecen el mar esmeralda de la ensenada, calma y acogedora para todos. Rodeada de cerros fervientes y de un rosario de playas distintas como la azucarada Playa Blanca, Cocalito la escondida, o la refrescante e inmensa Playa Cuevita.




Este lugar no es menos que un santuario y una oración de gratitud a la vida generosa. Donde se encuentran la sensualidad y la fertilidad, características comunes al origen de la vida. Sensualidad de la lluvia que entusiasma el ambiente; y fertilidad de una naturaleza pródiga que ofrece dádivas solo a cambio de respeto.


LA GENTEColombia, un país tan diverso en el aspecto humano solo se entiende experimentando y haciendo inmersiones en el océano multicultural del país. Y eso sentí en El Valle, Bahía Solano.
En este pequeño pueblo, conviven armónicamente las comun
idades negra, indígena y mestiza. Cuando visité esta población me sorprendió la alegría innata, la hospitalidad y el respeto de sus gentes. Colombianos orgullosos de sus valores, personas que conocen la felicidad en medio de las carencias del modernismo; que transmiten en el ambiente la fuerza del ritmo, la intensidad de la piel negra, el ingenio y la sabiduría ancestral de nuestros hermanos mayores los indígenas emberá.



En la comunidad negra se puede contagiar de la cadencia y del sabor que le imprimen a cada uno de sus vibrantes movimientos al bailar y al vivir. Tienen la sonrisa pomposa y honesta, el alma repleta de mar, y un corazón que late al ritmo de tambores africanos.



En contraste está la prudencia de los cholitos, sabios silentes y hábiles artesanos en cuyas manos la madera y la tagua cobran vida desnudando los secretos guardados en los materiales, para convertir semillas y trozos de árboles caídos en bandejas, juguetones delfines, ballenas y otras piezas de belleza incomparable.

Tod
os los pobladores se reunen en unas celebraciones autóctonas que fusionan lo religioso y lo pagano. El 16 de Julio la fiesta de la virgen del Carmen y el 20 de Julio la fiesta del gallo, son una mezcla de la cultura ancestral negra y la influencia católica que hace de estos jolgorios un híbrido cultural digno de ser conocido. Del 16 al 24 de diciembre se realizan los arrullos, cánticos negros anunciando el nacimiento de Jesús.

La autenticidad del folclor chocoano es una muestra de valores humanos, ejemplo de respeto y aceptación de otras culturas. Si fuéramos cómo ellos las diferencias se reducirían y las sociedades serían más tolerantes a las pluralidades. Es lo que necesitamos en una Colombia Pacífica.


LA DESPEDIDA
Donde todos piensan que el mundo termina, realmente es donde empieza, como las puertas entreabiertas del paraíso.

Este es el lugar más encantado de la Colombia mágica, Y aquí una invitación a conocer este lugar que no invita a la partida.

Por eso nunca hay una despedida, y como lo han hecho por miles de años las tortugas marinas y las ballenas jorobadas, uno se va con la certeza del eterno retorno
.
Si quiere darse un paseito por aqui lo invito a revisar los albumes y las fotos, para que empiece a antojarse.